jueves, 26 de abril de 2012

NEUROBIOLOGIA DE LA EMPATIA Y LA COMUNICACION

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Bases neurobiológicas de la comunicación, la imitación y la empatía
Conferencia del Prof. F. J. Rubia en la presentación de la AINACE- Fundación Areces – 20 de abril de 2012
Si nos preguntamos ¿cómo se entienden los seres humanos? La mayoría podría responder: por el lenguaje. Sin duda es correcto. Pero, ¿es ésta una respuesta suficiente?
Si nos remontamos en el proceso evolutivo encontraremos que animales no humanos se han entendido siempre y no poseen el lenguaje sintáctico que nosotros tenemos.
Los animales se entienden entre sí, no solo por cantos, como los pájaros, gruñidos, aullidos o expresiones guturales, como muchos mamíferos, sino, en el caso de estos últimos, porque poseen estructuras cerebrales comunes, como son las estructuras del cerebro emocional o sistema límbico . Es el lenguaje no hablado con el que también nosotros nos comunicamos e incluso a veces confiamos más en él que en la palabra. Alguien dijo que el lenguaje hablado se había inventado para esconder nuestras emociones.
Esta es la razón por la que nos comunicamos con nuestros animales de compañía, no porque éstos entiendan lo que hablamos, lo que es imposible, sino porque compartimos con ellos estructuras de ese cerebro emocional que son muy similares a las de ellos y que permiten el lenguaje no-verbal. Los gestos, las posturas, la entonación de la voz, todo eso son capaces de entender esos animales gracias a que poseen un sistema límbico parecido al nuestro.
Otro medio de comunicación para el que hoy se supone tenemos una predisposición genética es la música. La música es, sin duda, un medio de comunicación como lo es el lenguaje. No tenemos aún una idea clara del papel que la música ha jugado a lo largo de la evolución de los homínidos, pero es muy probable que haya surgido antes que el lenguaje. Y al igual que éste, los distintos componentes de la música se almacenan en lugares distintos del cerebro. El ritmo, por ejemplo depende sobre todo del hemisferio izquierdo, mientras que la melodía lo hace del hemisferio derecho. En el lenguaje ocurre algo parecido: las estructuras lógico-gramaticales dependen sobre todo del hemisferio izquierdo en la mayoría de las personas, pero la prosodia depende del hemisferio derecho.
El análisis con modernas técnicas de imagen cerebral, como la tomografía por emisión de positrones o la resonancia magnética funcional, han mostrado que el sustrato neurológico del lenguaje y de la música se solapan.
El psicólogo suizo Carl Gustav Jung se preguntaba por qué los seres humanos se entienden entre sí, y respondía que porque todos tenemos un cerebro similar. Sabemos también que tanto la música como el lenguaje están presentes en todas las sociedades humanas que hoy existen, y los arqueólogos y paleontólogos afirman que ambas estuvieron también presentes en las sociedades prehistóricas. Música y lenguaje poseen una estructura jerárquica que consiste en elementos acústicos, a saber palabras o tonos respectivamente, que se combinan para formar frases, expresiones o melodías.
El lenguaje, sea hablado, escrito o por gestos , se utiliza como medio de comunicación de ideas o conocimientos; la música, sin embargo, es un sistema de comunicación no referencial, y aunque no nos comunique nada sobre el mundo, puede tener y tiene un impacto profundo sobre nuestras emociones.
De ahí que se haya pensado que o el lenguaje se deriva de la música o ambos, lenguaje y música, se desarrollaron en paralelo, o existió un precursor de ambos, una especie de ‘musilenguaje’, como así se le ha llamado.
El cerebro no nace como una tabla rasa en la que nada hay escrito como afirmaban tanto Aritóteles, en su libro Sobre el alma,  como Tomás de Aquino y los filósofos empiristas ingleses.
Frente a esa manera de pensar está el concepto de las ideas innatas, según el cual, algunos conocimientos son innatos, no adquiridos por la experiencia, sino que el ser humano nace ya con ellos. Esta opinión, conocida también como innatismo, fue sostenida por Platón, Descartes, Kant, Spinoza y Leibniz. Al nacer, el niño posee toda una gama de predisposiciones genéticas con las que puede interaccionar con éxito con su entorno, como hacen los animales con lo que llamamos instintos.
El padre de la psicología norteamericana, William James, decía hace más de cien años que si los animales nacían con toda una serie de disposiciones genéticas, el cerebro del hombre, más desarrollado y complejo, debería tener no menos, sino más disposiciones que los animales que nos han precedido en la evolución.
Hoy, por ejemplo, sabemos que tenemos una predisposición genética para el lenguaje sintáctico, entre muchas otras, algo que postuló el lingüista norteamericano Noam Chomky en los años 50 del siglo pasado. Y como todas las disposiciones genéticas necesita un entorno favorable para que esos genes puedan expresarse. Si no es así, como los niños que pasaron el período crítico del aprendizaje del lenguaje entre animales, nunca aprendieron a hablar correctamente.
Chomsky publicó en 1957 su libro Estructuras sintácticas , en el que plantea que el cerebro tiene que tener un mecanismo innato de adquisición del lenguaje, ya que las leyes del aprendizaje no pueden explicar la rapidez con la que el niño aprende el lenguaje de la cultura en la que está inmerso.
¿Qué podemos decir de la imitación? Tanto la imitación, como la empatía y la llamada teoría de la mente, o sea la capacidad de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas y, por tanto, anticiparlos, son el resultado de la actividad de neuronas en nuestro cerebro que han sido llamadas “neuronas espejo”, de la que vamos a hablar a continuación.
Sabemos que cuando una madre mira a su bebé  es capaz de adivinar sus necesidades sin que medie una palabra entre ellos, ya que el niño a esa edad aún no puede hablar.
Como he dicho antes, son muchas las predisposiciones genéticas que poseemos al nacer y que nos permiten una comunicación y una interacción satisfactoria con el entorno en el que nos movemos. A medida que conozcamos mejor en detalle el genoma humano podremos comprobar que el número de predisposiciones heredadas es mucho mayor de lo que hoy día pensamos.
No es necesario recurrir al ejemplo de la madre y su bebé para saber que somos capaces de adivinar lo que hacen, piensan o sienten los demás, algo que sin duda ha sido fundamental para la supervivencia. Ese mecanismo se encuentra en el cerebro y su base neurobiológica son las llamadas neuronas espejo.
Estas neuronas se descubrieron a finales de la década de los años 80 del siglo pasado y están localizadas en el lóbulo frontal, lo que demuestra que el reconocimiento de los demás, de sus acciones e intenciones depende del sistema motor. Un sistema hasta ahora relegado a simples tareas ejecutivas, pero que a partir de este descubrimiento lo vemos implicado asimismo en tareas cognitivas.
¿Qué hacen, pues, estas neuronas espejo?
En el mono se han descrito dos áreas de la corteza pre-motora ventral: las áreas denominadas F4 y F5 . Estas áreas pueden estimularse eléctricamente y la diferencia entre ellas es que en F4 la representación motora es del brazo, cuello y cara, mientras que en F5 los movimientos se refieren a la mano y a la boca.
Supongamos que queremos coger un vaso de agua. Para ello necesitamos hacer dos cosas: alcanzar el vaso y cogerlo con la mano. Se ha demostrado que estos procesos no son seguidos, sino que se desarrollan en paralelo, esto es, que el brazo se mueve para alcanzar el vaso y, al mismo tiempo, la mano se dispone a adoptar la postura necesaria para coger el vaso. Para conseguir esta postura, el cerebro debe transformar la información sensorial de las propiedades geométricas del vaso para configurar los dedos adecuadamente, y, en segundo lugar, controlar los músculos de la mano y dedos para poder coger adecuadamente el vaso y que no se nos caiga. Esta última función requiere la implicación de la corteza motora primaria .
Pues bien, registrando en esta región F5 en el mono se ha mostrado que la mayor parte de sus neuronas no codifican movimientos individuales, sino actos motores, lo que significa actos dirigidos a una meta determinada. Si el mono mueve el brazo y la mano para coger un alimento, estas neuronas se activan, no importa si lo hace con la mano derecha, la mano izquierda o con la boca. Curiosamente, la flexión de los mismos dedos durante otro tipo de movimiento, como rascarse, no activa estas neuronas.
Analizando las propiedades de estas neuronas, descubiertas por el grupo del neurocientífico de la Universidad de Parma, mi amigo Giacomo Rizzolatti , se encontraron neuronas que se activaban durante la ejecución de movimientos específicos, como agarrar, sostener o manipular, y que juegan un papel crucial en la transformación de las informaciones visuales en relación con un objeto.
En los primeros años de los años 90 se descubrió accidentalmente que en una zona del área F5 había neuronas que se activaban no sólo cuando el mono realizaba una acción determinada, como coger un alimento, sino también cuando observaba sin moverse el mismo movimiento hecho por otra persona o por un congénere. A estas neuronas se las llamó neuronas espejo porque reflejan la acción de otros individuos en el cerebro . Las neuronas espejo descargan también independientemente de la distancia y localización espacial de los objetos o del acto observado por el animal.
En otro lugar del área F5 se encuentran neuronas que responden a los movimientos de la boca, es decir, que si el experimentador se lleva la mano a la boca, el mono lo imita y realiza el mismo movimiento; si el experimentador proyecta hacia afuera el labio inferior, el mono también lo hace. A estas neuronas se las ha llamado neuronas comunicativas .
¿Cuál sería, pues, la función de las neuronas espejo? Parece claro que cuando estas neuronas se activan se genera una representación motora interna del acto que el animal observa, lo que hace posible aprender por imitación. Estamos ante las bases neurobiológicas de la imitación, algo que siempre hemos asignado a los monos.
Pero para Rizzolatti y colaboradores, la función de estas neuronas no se limita a comportamientos de carácter imitativo, sino que antes de ello estarían en función “del reconocimiento y de la comprensión del significado de los sucesos motores, es decir, de los actos de los demás”.
La pregunta que se plantea enseguida es: ¿Existen estas neuronas espejo también en el ser humano?
Mediante el registro de la actividad eléctrica de la corteza del cerebro, lo que llamamos encefalograma, o de la actividad magnética que producen esas corrientes eléctricas, llamado magnetoencéfalograma, se ha podido constatar que esa capacidad también es humana. La prueba más decisiva se obtuvo con la técnica llamada estimulación magnética transcraneal . Con este método no invasivo e incruento cuando se estimula la corteza motora se registran en los músculos del otro lado del cuerpo potenciales motores. A los sujetos de experimentación se les pidió que observaran a un experimentador mientras agarraba objetos con la mano. Y, efectivamente, se activaban los músculos correspondientes de la mano del sujeto aunque no se produjeran movimientos, lo que implicaba que esos actos motores del experimentador se reflejaban también en el cerebro de esos sujetos, como ocurría en los monos.
De esta manera se ha concluido que las regiones que se activan en la corteza humana corresponden a las encontradas en el mono, pero que son más amplias que en éste. Y respecto a su significación se supone que están vinculadas a la comprensión del significado de las acciones de los demás.
Con la tomografía de emisión de positrones (PET) se han podido ver las zonas que se activan en el ser humano durante la observación de acciones motoras de otros individuos realizadas con la mano. Estas zonas en el lóbulo frontal coinciden con la zona motora del habla, el área de Broca.
El neurólogo norteamericano de origen indio, Vilayanur Ramachandran ha llamado a estas neuronas espejo “neuronas de la empatía”, porque también están implicadas en la comprensión de las emociones de los demás. Citando textualmente a Ramachandran: “Si la observación de una acción llevada a cabo por otro individuo activa las neuronas que permitirían al observador realizar la misma acción, estaríamos ante una suerte de ‘lectura de la mente’”.
Es evidente que las neuronas espejo responden a los gestos realizados por otros individuos, estén estos realizados con las manos o con los músculos orofaciales. Si suponemos que el lenguaje de gestos ha sido el precursor del lenguaje hablado a lo que apunta el hecho de que el lenguaje de gestos está controlado por las mismas regiones cerebrales que el lenguaje hablado, se puede presumir que las neuronas espejo bien han podido ser precursoras de ese lenguaje.
Curiosamente, las personas ciegas de nacimiento también gesticulan cuando hablan, aunque no han visto nunca gesticular a otras personas. Por eso, el Profesor McNeill, de la Universidad de Chicago, dice que los gestos y el lenguaje conforman un solo sistema.
La hipótesis que hoy se maneja es que las neuronas espejo han sido un componente clave en la capacidad humana de comunicación, primero con gestos y luego con el lenguaje hablado.
Si nos remontamos a nuestro pasado sobre la tierra, el uso de utensilios jugó un papel muy importante en el desarrollo de nuestra especie. Y la capacidad de imitación y emulación hizo posible que lo aprendido en esas técnicas de fabricación de herramientas se extendiese horizontalmente a todos aquellos que las imitaron. Lo mismo puede decirse del fuego y, por supuesto, del lenguaje.
Un 20% aproximadamente de las neuronas registradas por el Profesor Ferrari, de la Universidad de Parma, respondía, por ejemplo, a la observación de acciones realizadas con herramientas.
Esta extensión horizontal de determinadas costumbres se ha observado también en macacos. En Japón, en una de las islas unos macacos comenzaron a lavar batatas con el agua del mar para quitarles la arena, costumbre que se extendió a los macacos de todo el archipiélago japonés .
Mencionamos anteriormente que las neuronas espejo hacen posible lo que se ha llamado la teoría de la mente, es decir la capacidad que tenemos los humanos y, probablemente, otros animales cercanos a nosotros desde el punto de vista evolutivo, de averiguar y anticipar lo que otros sujetos están pensando o las intenciones que tienen, una facultad que, como dije antes, tiene una enorme importancia para la supervivencia. Comprendemos los estados mentales de otras personas simulándolas en nuestro cerebro.
Se trata también de la capacidad de colocarse en la piel del otro, de poder sentir lo que el otro siente; en suma: de la empatía. Precisamente un grupo de neuronas espejo responden a la expresión de las emociones de los congéneres, son capaces de “reflejar” esas emociones.
Como dice el director de teatro y de cine inglés Peter Brook: “con el descubrimiento de las neuronas espejo la neurociencia ha empezado a comprender lo que el teatro había sabido desde siempre”.
Hace ya tiempo que se ha especulado con el origen cerebral del autismo y la hipótesis que hoy está aceptada es que son precisamente las neuronas espejo las que no funcionan adecuadamente en estos pacientes, por lo que son incapaces de experimentar la empatía que esas neuronas nos permiten a las personas normales. De ahí que los autistas, que no entienden las expresiones emocionales de otras personas, se retraigan y sufran una falta casi absoluta de capacidad de comunicación.
Las neuronas espejo están sometidas a un control inhibitorio por parte de la corteza del lóbulo frontal. De ahí que lesiones en esa región de la corteza cerebral produzca síntomas característicos como la conducta imitativa compulsiva, un síntoma llamado “ecopraxia” que muestran los pacientes imitando, como si fuesen reflejos, los gestos de los demás.
Otro síntoma característico de esa desinhibición es la ecolalia, o sea la repetición involuntaria de palabras o frases que ha pronunciado otra persona, como si fuese un eco. Estos síntomas aparecen en el autismo y en algunos casos de esquizofrenia.
En resumen: se trata de un sistema que sin duda ha jugado un gran papel en la evolución de nuestro cerebro y nuestra conducta y que Ramachandran considera que ha sido la fuerza impulsora de ‘un gran salto adelante’ en la evolución humana por el papel que ha jugado en nuestra cultura y civilización.
El entusiasmo de Ramachandran por este hecho llega tan lejos que ha expresado que las neuronas espejo serían para la psicología lo que el ADN ha sido para la biología porque aporta un marco unificador y ayuda a explicar muchas de nuestras capacidades mentales que hasta el presente permanecían en el misterio y eran inaccesibles a los experimentos.
El Profesor de psiquiatría de la Universidad de California en Los Ángeles, Marco Iacoboni, argumenta que “mientras más sabemos de las neuronas espejo más nos damos cuenta de que no somos agentes racionales de libre actuación en este mundo. Las neuronas espejo del cerebro producen influencias imitativas automáticas de las que, por lo general, no somos conscientes y limitan nuestra autonomía por medio de potentes influencias sociales”.
Con otras palabras: otro golpe bajo a nuestra impresión subjetiva de la existencia del libre albedrío o voluntad libre.
Durante siglos hemos buscado el origen de nuestro sentimiento de compasión, la virtud suprema del budismo, de nuestro altruismo como fuente de nuestro sentido moral. Precisamente, el primatólogo Frans de Waal considera la empatía de los primates no humanos como uno de los sillares de la moralidad. Dice literalmente: “He dudado en llamar ‘seres morales’ a miembros de cualquier especie que no fuera la nuestra; sin embargo, también creo que muchos de los sentimientos y capacidades cognitivas que subyacen a la moralidad humana antedatan la aparición de nuestra especie en este planeta”.
Esto significaría que la base no sólo de la empatía, sino del lenguaje y también de uno de los sillares de la moralidad está en el cerebro y son precisamente las neuronas espejo.

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1 comentario:

  1. qinera
    Enseñar a un niño con necesidades especiales a comunicarse y cultivar la empatía es un acto de amor y paciencia. Abre puertas para una conexión profunda y un crecimiento mutuo invaluable.

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