Bases
neurobiológicas de la comunicación, la imitación y la empatía
Conferencia del
Prof. F. J. Rubia en la presentación de la AINACE- Fundación Areces – 20 de
abril de 2012
Si nos preguntamos ¿cómo se entienden
los seres humanos? La mayoría podría responder: por el lenguaje. Sin duda es
correcto. Pero, ¿es ésta una respuesta suficiente?
Si nos remontamos en el proceso
evolutivo encontraremos que animales no humanos se han entendido siempre y no
poseen el lenguaje sintáctico que nosotros tenemos.
Los animales se entienden entre sí,
no solo por cantos, como los pájaros, gruñidos, aullidos o expresiones
guturales, como muchos mamíferos, sino, en el caso de estos últimos, porque
poseen estructuras cerebrales comunes, como son las estructuras del cerebro
emocional o sistema límbico . Es el lenguaje no hablado con el
que también nosotros nos comunicamos e incluso a veces confiamos más en él que
en la palabra. Alguien dijo que el lenguaje hablado se había inventado para
esconder nuestras emociones.
Esta es la razón por la que nos
comunicamos con nuestros animales de compañía, no porque éstos entiendan lo que
hablamos, lo que es imposible, sino porque compartimos con ellos estructuras de
ese cerebro emocional que son muy similares a las de ellos y que permiten el
lenguaje no-verbal. Los gestos, las posturas, la entonación de la voz, todo eso
son capaces de entender esos animales gracias a que poseen un sistema límbico
parecido al nuestro.
Otro medio de comunicación para el
que hoy se supone tenemos una predisposición genética es la música. La música
es, sin duda, un medio de comunicación como lo es el lenguaje. No tenemos aún
una idea clara del papel que la música ha jugado a lo largo de la evolución de
los homínidos, pero es muy probable que haya surgido antes que el lenguaje. Y
al igual que éste, los distintos componentes de la música se almacenan en
lugares distintos del cerebro. El ritmo, por ejemplo depende sobre todo del
hemisferio izquierdo, mientras que la melodía lo hace del hemisferio derecho. En
el lenguaje ocurre algo parecido: las estructuras lógico-gramaticales dependen
sobre todo del hemisferio izquierdo en la mayoría de las personas, pero la
prosodia depende del hemisferio derecho.
El análisis con modernas técnicas de
imagen cerebral, como la tomografía por emisión de positrones o la resonancia
magnética funcional, han mostrado que el sustrato neurológico del lenguaje y de
la música se solapan.
El psicólogo suizo Carl Gustav Jung
se preguntaba por qué los seres humanos se entienden entre sí, y respondía que
porque todos tenemos un cerebro similar. Sabemos también que tanto la música
como el lenguaje están presentes en todas las sociedades humanas que hoy
existen, y los arqueólogos y paleontólogos afirman que ambas estuvieron también
presentes en las sociedades prehistóricas. Música y lenguaje poseen una
estructura jerárquica que consiste en elementos acústicos, a saber palabras o
tonos respectivamente, que se combinan para formar frases, expresiones o
melodías.
El lenguaje, sea hablado, escrito o
por gestos , se utiliza como medio de comunicación de ideas o
conocimientos; la música, sin embargo, es un sistema de comunicación no
referencial, y aunque no nos comunique nada sobre el mundo, puede tener y tiene
un impacto profundo sobre nuestras emociones.
De ahí que se haya pensado que o el
lenguaje se deriva de la música o ambos, lenguaje y música, se desarrollaron en
paralelo, o existió un precursor de ambos, una especie de ‘musilenguaje’, como
así se le ha llamado.
El cerebro no nace como una tabla
rasa en la que nada hay escrito como afirmaban tanto Aritóteles, en su libro Sobre el alma, como Tomás de Aquino y los filósofos
empiristas ingleses.
Frente a esa manera de pensar está el
concepto de las ideas innatas, según el cual, algunos conocimientos son
innatos, no adquiridos por la experiencia, sino que el ser humano nace ya con
ellos. Esta opinión, conocida también como innatismo, fue sostenida por Platón,
Descartes, Kant, Spinoza y Leibniz. Al nacer, el niño posee toda una gama de
predisposiciones genéticas con las que puede interaccionar con éxito con su
entorno, como hacen los animales con lo que llamamos instintos.
El padre de la psicología
norteamericana, William James, decía hace más de cien años que si los animales
nacían con toda una serie de disposiciones genéticas, el cerebro del hombre,
más desarrollado y complejo, debería tener no menos, sino más disposiciones que
los animales que nos han precedido en la evolución.
Hoy, por ejemplo, sabemos que tenemos
una predisposición genética para el lenguaje sintáctico, entre muchas otras,
algo que postuló el lingüista norteamericano Noam Chomky en los años 50 del
siglo pasado. Y como todas las disposiciones genéticas necesita un entorno
favorable para que esos genes puedan expresarse. Si no es así, como los niños
que pasaron el período crítico del aprendizaje del lenguaje entre animales,
nunca aprendieron a hablar correctamente.
Chomsky publicó en 1957 su libro
Estructuras sintácticas , en el que plantea que el cerebro tiene
que tener un mecanismo innato de adquisición del lenguaje, ya que las leyes del
aprendizaje no pueden explicar la rapidez con la que el niño aprende el
lenguaje de la cultura en la que está inmerso.
¿Qué podemos decir de la imitación?
Tanto la imitación, como la empatía y la llamada teoría de la mente, o sea la
capacidad de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas y, por tanto,
anticiparlos, son el resultado de la actividad de neuronas en nuestro cerebro
que han sido llamadas “neuronas espejo”, de la que vamos a hablar a
continuación.
Sabemos que cuando una madre mira a
su bebé es capaz de adivinar sus necesidades sin que medie una
palabra entre ellos, ya que el niño a esa edad aún no puede hablar.
Como he dicho antes, son muchas las
predisposiciones genéticas que poseemos al nacer y que nos permiten una
comunicación y una interacción satisfactoria con el entorno en el que nos
movemos. A medida que conozcamos mejor en detalle el genoma humano podremos
comprobar que el número de predisposiciones heredadas es mucho mayor de lo que
hoy día pensamos.
No es necesario recurrir al ejemplo
de la madre y su bebé para saber que somos capaces de adivinar lo que hacen,
piensan o sienten los demás, algo que sin duda ha sido fundamental para la
supervivencia. Ese mecanismo se encuentra en el cerebro y su base
neurobiológica son las llamadas neuronas espejo.
Estas neuronas se descubrieron a
finales de la década de los años 80 del siglo pasado y están localizadas en el
lóbulo frontal, lo que demuestra que el reconocimiento de los demás, de sus
acciones e intenciones depende del sistema motor. Un sistema hasta ahora
relegado a simples tareas ejecutivas, pero que a partir de este descubrimiento
lo vemos implicado asimismo en tareas cognitivas.
¿Qué hacen, pues, estas neuronas
espejo?
En el mono se han descrito dos áreas
de la corteza pre-motora ventral: las áreas denominadas F4 y F5 .
Estas áreas pueden estimularse eléctricamente y la diferencia entre ellas es
que en F4 la representación motora es del brazo, cuello y cara, mientras que en
F5 los movimientos se refieren a la mano y a la boca.
Supongamos que queremos coger un vaso
de agua. Para ello necesitamos hacer dos cosas: alcanzar el vaso y cogerlo con
la mano. Se ha demostrado que estos procesos no son seguidos, sino que se
desarrollan en paralelo, esto es, que el brazo se mueve para alcanzar el vaso
y, al mismo tiempo, la mano se dispone a adoptar la postura necesaria para
coger el vaso. Para conseguir esta postura, el cerebro debe transformar la
información sensorial de las propiedades geométricas del vaso para configurar
los dedos adecuadamente, y, en segundo lugar, controlar los músculos de la mano
y dedos para poder coger adecuadamente el vaso y que no se nos caiga. Esta
última función requiere la implicación de la corteza motora primaria .
Pues bien, registrando en esta región
F5 en el mono se ha mostrado que la mayor parte de sus neuronas no codifican
movimientos individuales, sino actos motores, lo que significa actos dirigidos
a una meta determinada. Si el mono mueve el brazo y la mano para coger un
alimento, estas neuronas se activan, no importa si lo hace con la mano derecha,
la mano izquierda o con la boca. Curiosamente, la flexión de los mismos dedos
durante otro tipo de movimiento, como rascarse, no activa estas neuronas.
Analizando las propiedades de estas
neuronas, descubiertas por el grupo del neurocientífico de la Universidad de
Parma, mi amigo Giacomo Rizzolatti , se encontraron neuronas que
se activaban durante la ejecución de movimientos específicos, como agarrar,
sostener o manipular, y que juegan un papel crucial en la transformación de las
informaciones visuales en relación con un objeto.
En los primeros años de los años 90
se descubrió accidentalmente que en una zona del área F5 había neuronas que se
activaban no sólo cuando el mono realizaba una acción determinada, como coger
un alimento, sino también cuando observaba sin moverse el mismo movimiento
hecho por otra persona o por un congénere. A estas neuronas se las llamó
neuronas espejo porque reflejan la acción de otros individuos en el cerebro . Las neuronas espejo descargan también independientemente de la
distancia y localización espacial de los objetos o del acto observado por el
animal.
En otro lugar del área F5 se
encuentran neuronas que responden a los movimientos de la boca, es decir, que
si el experimentador se lleva la mano a la boca, el mono lo imita y realiza el
mismo movimiento; si el experimentador proyecta hacia afuera el labio inferior,
el mono también lo hace. A estas neuronas se las ha llamado neuronas
comunicativas .
¿Cuál sería, pues, la función de las
neuronas espejo? Parece claro que cuando estas neuronas se activan se genera
una representación motora interna del acto que el animal observa, lo que hace
posible aprender por imitación. Estamos ante las bases neurobiológicas de la
imitación, algo que siempre hemos asignado a los monos.
Pero para Rizzolatti y colaboradores,
la función de estas neuronas no se limita a comportamientos de carácter
imitativo, sino que antes de ello estarían en función “del reconocimiento y de
la comprensión del significado de los sucesos motores, es decir, de los actos
de los demás”.
La pregunta que se plantea enseguida
es: ¿Existen estas neuronas espejo también en el ser humano?
Mediante el registro de la actividad
eléctrica de la corteza del cerebro, lo que llamamos encefalograma, o de la
actividad magnética que producen esas corrientes eléctricas, llamado
magnetoencéfalograma, se ha podido constatar que esa capacidad también es
humana. La prueba más decisiva se obtuvo con la técnica llamada estimulación
magnética transcraneal . Con este método no invasivo e
incruento cuando se estimula la corteza motora se registran en los músculos del
otro lado del cuerpo potenciales motores. A los sujetos de experimentación se
les pidió que observaran a un experimentador mientras agarraba objetos con la
mano. Y, efectivamente, se activaban los músculos correspondientes de la mano
del sujeto aunque no se produjeran movimientos, lo que implicaba que esos actos
motores del experimentador se reflejaban también en el cerebro de esos sujetos,
como ocurría en los monos.
De esta manera se ha concluido que
las regiones que se activan en la corteza humana corresponden a las encontradas
en el mono, pero que son más amplias que en éste. Y respecto a su significación
se supone que están vinculadas a la comprensión del significado de las acciones
de los demás.
Con la tomografía de emisión de
positrones (PET) se han podido ver las zonas que se activan en el ser humano
durante la observación de acciones motoras de otros individuos realizadas con
la mano. Estas zonas en el lóbulo frontal coinciden con la zona motora del
habla, el área de Broca.
El neurólogo norteamericano de origen
indio, Vilayanur Ramachandran ha llamado a estas neuronas
espejo “neuronas de la empatía”, porque también están implicadas en la
comprensión de las emociones de los demás. Citando textualmente a Ramachandran:
“Si la observación de una acción llevada a cabo por otro individuo activa las
neuronas que permitirían al observador realizar la misma acción, estaríamos
ante una suerte de ‘lectura de la mente’”.
Es evidente que las neuronas espejo
responden a los gestos realizados por otros individuos, estén estos realizados
con las manos o con los músculos orofaciales. Si suponemos que el lenguaje de
gestos ha sido el precursor del lenguaje hablado a lo que apunta el hecho de
que el lenguaje de gestos está controlado por las mismas regiones cerebrales
que el lenguaje hablado, se puede presumir que las neuronas espejo bien han
podido ser precursoras de ese lenguaje.
Curiosamente, las personas ciegas de
nacimiento también gesticulan cuando hablan, aunque no han visto nunca
gesticular a otras personas. Por eso, el Profesor McNeill, de la Universidad de
Chicago, dice que los gestos y el lenguaje conforman un solo sistema.
La hipótesis que hoy se maneja es que
las neuronas espejo han sido un componente clave en la capacidad humana de
comunicación, primero con gestos y luego con el lenguaje hablado.
Si nos remontamos a nuestro pasado
sobre la tierra, el uso de utensilios jugó un papel muy importante en el desarrollo
de nuestra especie. Y la capacidad de imitación y emulación hizo posible que lo
aprendido en esas técnicas de fabricación de herramientas se extendiese
horizontalmente a todos aquellos que las imitaron. Lo mismo puede decirse del
fuego y, por supuesto, del lenguaje.
Un 20% aproximadamente de las
neuronas registradas por el Profesor Ferrari, de la Universidad de Parma,
respondía, por ejemplo, a la observación de acciones realizadas con
herramientas.
Esta extensión horizontal de
determinadas costumbres se ha observado también en macacos. En Japón, en una de
las islas unos macacos comenzaron a lavar batatas con el agua del mar para
quitarles la arena, costumbre que se extendió a los macacos de todo el
archipiélago japonés .
Mencionamos anteriormente que las
neuronas espejo hacen posible lo que se ha llamado la teoría de la mente, es
decir la capacidad que tenemos los humanos y, probablemente, otros animales
cercanos a nosotros desde el punto de vista evolutivo, de averiguar y anticipar
lo que otros sujetos están pensando o las intenciones que tienen, una facultad
que, como dije antes, tiene una enorme importancia para la supervivencia.
Comprendemos los estados mentales de otras personas simulándolas en nuestro
cerebro.
Se trata también de la capacidad de
colocarse en la piel del otro, de poder sentir lo que el otro siente; en suma:
de la empatía. Precisamente un grupo de neuronas espejo responden a la
expresión de las emociones de los congéneres, son capaces de “reflejar” esas
emociones.
Como dice el director de teatro y de
cine inglés Peter Brook: “con el descubrimiento de las neuronas espejo la
neurociencia ha empezado a comprender lo que el teatro había sabido desde
siempre”.
Hace ya tiempo que se ha especulado
con el origen cerebral del autismo y la hipótesis que hoy está aceptada es que
son precisamente las neuronas espejo las que no funcionan adecuadamente en
estos pacientes, por lo que son incapaces de experimentar la empatía que esas
neuronas nos permiten a las personas normales. De ahí que los autistas, que no
entienden las expresiones emocionales de otras personas, se retraigan y sufran
una falta casi absoluta de capacidad de comunicación.
Las neuronas espejo están sometidas a
un control inhibitorio por parte de la corteza del lóbulo frontal. De ahí que
lesiones en esa región de la corteza cerebral produzca síntomas característicos
como la conducta imitativa compulsiva, un síntoma llamado “ecopraxia” que
muestran los pacientes imitando, como si fuesen reflejos, los gestos de los demás.
Otro síntoma característico de esa
desinhibición es la ecolalia, o sea la repetición involuntaria de palabras o
frases que ha pronunciado otra persona, como si fuese un eco. Estos síntomas
aparecen en el autismo y en algunos casos de esquizofrenia.
En resumen: se trata de un sistema
que sin duda ha jugado un gran papel en la evolución de nuestro cerebro y
nuestra conducta y que Ramachandran considera que ha sido la fuerza impulsora
de ‘un gran salto adelante’ en la evolución humana por el papel que ha jugado
en nuestra cultura y civilización.
El entusiasmo de Ramachandran por
este hecho llega tan lejos que ha expresado que las neuronas espejo serían para
la psicología lo que el ADN ha sido para la biología porque aporta un marco
unificador y ayuda a explicar muchas de nuestras capacidades mentales que hasta
el presente permanecían en el misterio y eran inaccesibles a los experimentos.
El Profesor de psiquiatría de la
Universidad de California en Los Ángeles, Marco Iacoboni, argumenta que
“mientras más sabemos de las neuronas espejo más nos damos cuenta de que no
somos agentes racionales de libre actuación en este mundo. Las neuronas espejo
del cerebro producen influencias imitativas automáticas de las que, por lo
general, no somos conscientes y limitan nuestra autonomía por medio de potentes
influencias sociales”.
Con otras palabras: otro golpe bajo a
nuestra impresión subjetiva de la existencia del libre albedrío o voluntad
libre.
Durante siglos hemos buscado el
origen de nuestro sentimiento de compasión, la virtud suprema del budismo, de
nuestro altruismo como fuente de nuestro sentido moral. Precisamente, el
primatólogo Frans de Waal considera la empatía de los primates no humanos como
uno de los sillares de la moralidad. Dice literalmente: “He dudado en llamar
‘seres morales’ a miembros de cualquier especie que no fuera la nuestra; sin
embargo, también creo que muchos de los sentimientos y capacidades cognitivas
que subyacen a la moralidad humana antedatan la aparición de nuestra especie en
este planeta”.
Esto significaría que la base no sólo
de la empatía, sino del lenguaje y también de uno de los sillares de la
moralidad está en el cerebro y son precisamente las neuronas espejo.
qinera
ResponderEliminarEnseñar a un niño con necesidades especiales a comunicarse y cultivar la empatía es un acto de amor y paciencia. Abre puertas para una conexión profunda y un crecimiento mutuo invaluable.